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¡Despierta! La Oración como Pilar de la Vida Cristiana


El llamado que resuena es claro y urgente: un despertar a la realidad de la oración como el pilar fundamental de la vida cristiana y la preparación para la venida de Cristo. La petición de los discípulos a Jesús fue: “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1), no era una simple solicitud para aprender una nueva práctica religiosa, sino un deseo profundo de entrar en la misma intimidad y poder ver lo que veían en la vida de Jesús. 


Durante tres años y medio los discípulos estuvieron en primera fila, fueron testigos de la vida de Jesus, caminaron a su lado, lo vieron hacer milagros. Observaron a Dios el Hijo hablando con Dios el Padre a través de Dios el Espíritu. Él tenía comunión con el Padre en presencia de sus discípulos. Ellos fueron testigos oculares de la vida y el ministerio de Jesús, sin embargo, no vemos un momento registrado en las Escrituras en el que le pidieran a Jesús: “Enséñanos a predicar”. No vemos una sola vez registrada en la que dijeran: “enséñanos a sanar”, “enséñanos a profetizar” o “enséñanos a hacer milagros”. Después de pasar tres años y medio con el Hijo de Dios, le pidieron: “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1).


La oración es presentada no sólo como una disciplina, sino como la vía hacia una relación transformadora con Dios. En un mundo lleno de ruido, distracciones y superficialidad, somos invitados a entrar en un lugar de quietud y encuentro real con el Creador. La oración es el lugar donde se derrumban nuestras fachadas, donde nuestras debilidades son expuestas, y donde encontramos nuestra verdadera identidad en Cristo. Este es el llamado a todos los creyentes: no conformarse con una fe de segunda mano, basada en las experiencias de otros, sino buscar una relación directa y personal con Dios.


La oración no es simplemente pedir cosas a Dios, sino un proceso de ser transformados en su presencia. Es allí donde somos refinados, donde nuestra vida es moldeada conforme a su voluntad, y donde somos capacitados para llevar a cabo la misión que Él nos ha encomendado. En un tiempo de intimidad en el que las palabras y mensajes abundan, la verdadera necesidad es de voces auténticas que hablen desde un lugar de encuentro con Dios. La diferencia entre ser un eco y una voz es marcada por la profundidad de nuestra relación con Dios en la oración. La oración nos transforma en esas voces proféticas que claman en el desierto, preparando el camino del Señor. Nos convierte en portadores de un mensaje que no solo informa, sino que transforma corazones, confronta el pecado y lleva a la gente a un encuentro genuino con Dios.


Estamos en una espera activa, como la novia que se prepara para el regreso de su novio. Esta espera no es pasiva ni resignada, sino llena de anticipación y acción. Como Iglesia, somos llamados a estar en una constante postura de preparación, manteniendo nuestras lámparas llenas de aceite, velando y orando, para estar listos cuando el Novio regrese. Isaías 40 se convierte en un marco esencial para entender nuestra tarea en este tiempo. La preparación del camino del Señor requiere una vida dedicada a la oración, al ayuno, y a la meditación en la Palabra.


La imagen de la Iglesia como la novia que espera al Novio es central en este llamado. Estamos siendo preparados para un encuentro glorioso con Cristo y este tiempo de espera es un tiempo de preparación. Somos  llamados a vivir en santidad, en obediencia, y en una relación íntima con Dios, sabiendo que nuestra vida en este mundo es solo un preludio para la eternidad con Él.


Este es el poderoso desafío con el que debemos quedar todos: Clamar a Dios para que nos enseñe a orar, para que nos prepare como su iglesia y para que seamos esa voz en el desierto que proclama su venida. Que cada discípulo tome esta invitación con seriedad, entrando en el fuego de su presencia, siendo transformado y viviendo en la expectativa gozosa del regreso de Cristo.


¡Maranata! ¡El Señor viene!



 
 
 

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